domingo, 29 de diciembre de 2013

El Futuro del Nasciturus


Me llamo German Núñez y fui diagnosticado de distrofia muscular a los tres años. En teoría tenía una esperanza de vida de 15 años, pero gracias a la sanidad pública tengo 39. Junto con el síndrome de Down la distrofia es una de las enfermedades con más claro diagnóstico genético, entrando de lleno en el supuesto “de enfermedad congénita grave e incurable en el momento del diagnóstico” Por tanto era un candidato de primera línea a recibir el llamado “aborto eugenésico”  que el ministro Gallardón trata de impedir con su nueva ley. Los niños con síndrome de Down son usados habitualmente en las campañas pro-vida y una de las principales razones esgrimidas para cambiar la ley es evitar la muerte de discapacitados no nacidos. Nunca he participado en tales campañas, sin embargo se habla en mí nombre y se sale en mi defensa poniendo palabras en mi virtual boca, como si todavía fuera un feto, por tanto quiera o no el tema me atañe, así que creo que ha llegado el momento de expresar mi opinión.

Tanto los afectados por el síndrome de Down como las asociaciones de discapacitados en general están lógicamente preocupadas por el llamado “aborto eugenésico”, así como por las demás formas de eugenesia conocidas. El régimen nazi es el ejemplo más usado, pero también conocemos la política del hijo único en china, o las esterilizaciones sistemáticas de deficientes mentales, población de determinadas etnias y mujeres consideradas antisociales (alcohólicas, prostitutas, neuróticas y promiscuas) en países como la socialdemócrata Suecia, el liberal EEUU o el Perú de Fujimori, este último en fechas tan recientes como los 90 del pasado siglo. Sin olvidar los asesinatos de niñas recién nacidas en países patriarcales, o el secuestro de niños entregados a “buenas familias” por criterios ideológicos. Todos estamos de acuerdo en que tales actuaciones van en contra de los derechos humanos y son crímenes contra la humanidad. Un Estado no puede decidir sobre la vida de las personas sin contar con su voluntad. Por eso mismo yo estoy de acuerdo con el derecho de la mujer a decidir sobre su maternidad, y por ende, sobre su propio cuerpo. De hecho se me hace bastante difícil comprender qué diablos tiene que ver la eugenesia con la limitación de los derechos individuales de las mujeres, cuando todos los programas de eugenesia que conozco se realizaron vulnerando precisamente esos mismos derechos.

Cuando en 1978 mi madre recibió la noticia de mi diagnostico estaba embarazada de mi hermano. La doctora le explicó que existía hasta un 25% de probabilidades de que naciera con distrofia, pues la anomalía causante de la enfermedad está situada en el cromosoma X, y le ofreció la posibilidad ir a abortar en Londres, como había hecho una familia gitana poco antes. Cabe recordar que esto sucedía durante la primavera anterior del referendo de la constitución que reconocía los derechos de la mujer en diciembre de ese año, y mucho antes de la primera Ley del Aborto de la democracia, aprobada, como sabemos, en 1985. Mi madre, creyente, no aceptó la carta que se le ofrecía, y aquel mismo día acudió a una iglesia a rezar para que mi hermano naciera bien. Por suerte así fue. Si hubiera ido a Londres habría abortado un feto sano.


Esta pequeña historia no va a favor de unos u otros, es simplemente real. Utilizada de la manera adecuada podría ser usada tranquilamente en una hoja parroquial o por las asociaciones pro-vida, apelando incluso a intercesión divina. Sin embargo mi madre no abortó porque existiera o dejara de existir una legislación. En plena transición todo estaba en el aire. No aborto porque cuando tuvo la posibilidad ella misma decidió no hacerlo. Fue su decisión, tomada en conciencia y sin coacción alguna, ni siquiera esperó a volver a casa y contárselo a mi padre, fue a rezar sola al salir de la consulta. Ningún Estado decidió por ella, y por esa decisión mi hermano está en el mundo.


Creo que su experiencia define bien el tema. ¿Puede el Estado decidir sobre la maternidad de una mujer o sobre lo que haga con su propio cuerpo? Un Estado totalitario como el nazi o el soviético posiblemente la habría obligado a abortar para evitar la existencia de un enfermo crónico incapaz de trabajar que supusiese una carga para la sanidad pública o el sistema de pensiones. Otros Estados con políticas más “suaves” quizá la habría esterilizado de saber que era portadora de una tara genética. Pero también un Estado totalitario podría haberla obligado a continuar su embarazo si en un universo paralelo se hubiera dado la situación contraria, o sea, si hubiera decidido abortar estando embarazada de un miembro sano de la “raza superior”. De hecho el régimen nazi lo hizo con su programa “Lebensborn” o “fuente de vida” destinado purificar la raza aria para llevar al pueblo alemán al siguiente paso en la escala evolutiva (sic), durante el cual mujeres “arias de pura cepa” eran tratadas como ganado de cría, mantenido relaciones con sementales de la SS hasta quedar preñadas, dejando luego sus hijos a cargo del Estado. Se habla mucho de cómo la ley de plazos supone aborto a la carta, pero nadie piensa que eugenesia también es justo lo contrario. Un Estado no tiene derecho ni para negar ni para a forzar un embarazo en el nombre de un supuesto bien superior, sea la raza aria o algo tan ambiguo como “la vida”. Eso es un derecho individual de la mujer y madre, e inalienable porque se trata de su propio cuerpo. Se puede discutir que ni la carta de naciones unidas ni la constitución Española hablan explícitamente de ese derecho, pero si hablan del derecho a la propia salud y bienestar. Difícilmente se puede decidir sobre la propia salud si no se puede decidir sobre el propio cuerpo. 


Sin embargo mi madre podría haber decidido abortar, y mi hermano no existiría, e incluso yo mismo podría no estar escribiendo estas líneas. Alguna vez me han preguntado que vela se me ha perdido en este entierro, primero soy hombre, no me embarazo, y segundo, podría haber sido una “víctima” del aborto. Una buena madre puede no querer que su futuro hijo gravemente discapacitado tenga una vida de sufrimiento sometida a la certeza de una muerte prematura, y decida negársela antes de que pueda saber lo que se pierde. ¿Una madre que hace pasar a un niño por una infancia de agonía solo por ser fiel a sus elevadas creencias tiene más legitimidad moral que esa otra madre? Yo tengo buena salud, pero habrá quien piense que solo vivir en mi estado ya es una tragedia, por ejemplo esas vecinas que se persignan al verme cuando salen de misa. Esa misma buena madre puede decidir que vivir con síndrome de Down o distrofia no vale la pena. Sería como decirme que mi vida no merece ser vivida. Aun así sigo creyendo que es su decisión. Como discapacitado que depende para todo de los demás -incluyendo la capacidad de respirar, que mantengo gracias a aparatos servidos por la sanidad pública-, es una necesidad vital que se me reconozca el derecho a decidir sobre mi propio cuerpo, pues se me podría arrebatar de forma extraordinariamente sencilla, empleando un solo dedo. Ya no hablemos de poder del Estado, instituciones o empresas, como las que me suministran los aparatos o las eléctricas, que me sirven la energía que los hace funcionar. Si un día me cortasen la luz estarían cometiendo un homicidio real. Cualquier Estado totalitario podría decidir de pronto que ya no merezco vivir en mis condiciones, o que soy un gasto inasumible para el Estado del bienestar, o que ya no soy lo bastante rentable para la sanidad privada. También se me pueden imponer tratamientos contra mi voluntad -de hecho experimentaron conmigo medicamentos, técnicas quirúrgicas y aparatos ortopédicos siendo menor de edad, con el consentimiento de mis padres, pero lo hicieron-, o aplicarme la eutanasia cuando sea demasiado viejo y los jóvenes del futuro, incluso de mi propia familia, decidan que soy una carga que vive a costa de sus precarios sueldos. Es una pequeña lista de las cosas que me pueden suceder si quienes deben atenderme dejan de reconocer mi derecho a decidir sobre mi cuerpo, y con la excusa de mi dependencia empiezan a creerse dueños de mi persona.



Arrebatar los derechos individuales en nombre de un bien superior, sea el Estado, el pueblo, la ideología, la religión o la banca, ha traído como consecuencia los crímenes más atroces contra la humanidad que ha conocido la historia. En este escrito he puesto suficiente ejemplos de ello. Los grupos pro-vida creen que imponiendo su voluntad están haciendo el bien, pero dicen que el infierno está pavimentando de buenas intenciones.

Por naturaleza el no nacido no tiene ni voz ni voto, otros son los que hablan en su nombre. La primera persona capacitada para ello es su madre, pues se está desarrollando dentro de ella y depende totalmente de su cuerpo. No existiría sin él. Aún está lejos la creación del útero artificial, y mientras no exista tal artilugio de ciencia ficción la cosa es así. Lo lógico es que un Estado que dice defender al no nacido lo haga a través de su madre, pues por naturaleza es imposible de otro modo. Esta misma ley se subtitula “y de derechos de la mujer embarazada” Sin embargo eso se queda en un eufemismo cuando el mismo nombre de la ley implica otra cosa. Al quitarle a una mujer el derecho a decidir sobre su propio cuerpo al quedar embarazada y darle derechos a un abstracto “ser concebido” en realidad lo que se está haciendo es otorgarle al Estado el poder de decidir sobre la maternidad. La decisión ya no es de la mujer, sino del comité de médicos designado para proteger al no nacido y que habla en su nombre.

 La primera pregunta que viene a la cabeza es “¿Con que dinero?” Porque si se decía que la ley de Zapatero dejaba a la mujer desinformada y en situación de indefensión por falta de presupuesto, esta que exige todavía más burocracia ¿cómo se piensa llevar a la práctica? No es descabellado pensar que la elaboración de los folletos se externalice a alguna empresa del OPUS. ¿Esa información será más completa y objetiva que la suministrada por una “clínica abortista”? La segunda pregunta es más compleja. ¿Si el Estado es el encargado de proteger al no nacido e imponer embarazos sorteando la voluntad de la madre que sucederá si en un futuro los intereses del Estado cambian? Viendo la triste historia de la eugenesia durante el siglo XX la perspectiva no es muy halagüeña. ¿Si a una mujer le pueden quitar ese derecho, que les impide quitárselo a un discapacitado solo por depender de otros? No es algo nuevo, en Suecia los afectados con síndrome de Down o internados en psiquiátricos eran esterilizados muchas veces con el consentimiento de sus amantes padres. Larga está siendo la lucha para que se reconozca el derecho de los discapacitados a tener una vida sexual plena y a la maternidad, y aún está lejos de ser ganada… La conclusión es lógica: “Vi que se llevaron a los judíos y no hice nada, hoy se me llevan a mí y ya es demasiado tarde” o “Cuando veas las barbas del vecino cortar, pon las tuyas a remojar” En esto discapacitados y mujeres estamos en el mismo barco.

Vivimos una crisis sin retorno, ya se habla de cómo la baja natalidad pone en riesgo las pensiones futuras, o como es preferible mantener las pensiones contributivas a costa de las no contributivas, que no aportan al erario público, como son las de dependencia o subvenciones a la mujer. Argumentos parecidos se leían en los años 30, y no sabemos que decisiones se puede ver forzado a tomar el Estado de aquí a veinte años. Si ya no es la madre sino una institución quien decide, ¿qué impide la privatización de ese servicio y que sea una empresa especializada quien lo haga? ¿Dejaríamos la tutela de nuestros embriones a una transnacional biotecnológica? Puede parecer ciencia ficción, pero si ya damos el paso de despreciar la naturaleza y enajenar de las mujeres el control de sus propios vientres, cualquier cosa puede pasar.


Por experiencia tengo claro que la primera defensa del dichoso nasciturus frente al mundo cruel es su propia madre. Negar eso es ir en contra de la naturaleza y abrir la puerta a ese futuro apocalíptico que los pro-vida tanto temen. Ahora están exultantes, asegurando que esto solo es el principio y prometiéndose ese futuro utópico donde el aborto será un terror del pasado como los sacrificios humanos o el combate de gladiadores. Pero quizá lo que inadvertidamente estén haciendo sea abrir el primer candado del infierno. Las privatizaciones parecen ser la solución a la crisis. Google, Facebook y otras empresas globales se están apropiando de nuestras vidas. Farmacéuticas y biotecnológicas se frotan las manos ante el inmenso mercado de terapias génicas que se vislumbra en el horizonte. Chips de análisis, cámaras en las gafas, sensores en la ropa, marketing neurológico, minería de datos, la manipulación de la intimidad, de nuestros deseos y de nuestra felicidad es el nuevo oro negro. Las grandes petroleras tienen plataformas y refinerías para mejorar la calidad de la materia prima y aumentar la rentabilidad del producto antes de su salida al mercado... ¿Realmente pensamos que es el mejor momento para empezar a cuestionar derechos humanos tan básicos como la propiedad sobre nosotros mismos?




2 comentarios:

  1. Enhorabuena por el texto y por la claridad de los argumentos que expones. Es la primera vez que conozco la opinión sobre este tema de un afectado por una dolencia como la tuya, que podría haber sido motivo de aborto.
    Coincido en tu defensa la vida y del derecho de cada individuo a decidir sobre ella, incluso si esa decisión implica una muerte que le dignifique.
    Si el Estado decide por nosotros en cuestiones tan cruciales como ésta,¿en qué otras mucho más pequeñas, que conforman nuestro día a día, le vamos a poder poner freno?

    Te animo a que sigas difundiendo al máximo tu opinión, es muy interesante.
    Un abrazo,
    María.

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  2. Muy valiente tu exposición,....de verdad alguien puede decidir por nosotros???
    Para una gran mayoría afortunadamente estamos en el siglo XXI, otras personas parece ser que no se han enterado todavía.
    Por mi parte tratare de darle la mayor difusión a tu articulo.
    Animo y muchas gracias.
    Toni

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